La historia de los dos diplomáticos ecuatorianos que salvaron a cientos de judíos del holocausto nazi

28/Nov/2023

Infobae- por Yalilé Loaiza

Infobae- por Yalilé Loaiza

En uno de los episodios más oscuros de la humanidad, en medio de la cruenta persecución del nazismo en contra de la comunidad judía, dos diplomáticos ecuatorianos utilizaron sus medios disponibles para conceder visados y pasaportes a cientos de judíos que buscaban escapar del Holocausto. Aunque esto les costó sus puestos como cónsules, José Ignacio Burbano Rosales y Manuel Antonio Muñoz Borrero han pasado a la historia por este acto humanitario en medio de la Segunda Guerra Mundial.

El número exacto de cuántas personas fueron beneficiadas por Burbano y Muñoz no se conoce con precisión. Según declararon las nietas de Burbano, este concedió al menos 213 visas a judíos para que salieran de Alemania. En el caso de Muñoz se sabe que entregó entre 80 y 100 pasaportes a judíos polacos. El diplomático murió sin contar su papel en la Segunda Guerra Mundial, pero se conoce que continuó otorgando pasaportes hasta 1943 aún después de destituido, algunos estiman que ayudó a miles de personas.

Aunque en Ecuador la historia de ambos cónsules es poco conocida, dentro de la comunidad judía son personajes destacados que continúan recibiendo reconocimientos póstumos hasta la actualidad. Cristina Yépez Arroyo, María Emilia Analuisa y Daniela Viteri nietas de Burbano Rosales contaron a Vistazo que a los visados que emitió su abuelo les han llamado “visas para la vida”.

Los cónsules ecuatorianos en mención desafiaron las disposiciones gubernamentales. El 25 de enero de 1938, el Ministerio de Relaciones Exteriores de Ecuador dispuso a sus diplomáticos que no emitieran visas a personas judías: “por autoridad del Presidente de la República, y ampliando las directrices impartidas sobre este particular, ordenamos a todos los Cónsules se abstengan de otorgar visas a personas pertenecientes a la raza judía que pretendan emigrar al Ecuador”, se lee en el documento oficial que ha sido recuperado por las nietas de Burbano Rosales.

Las visas de Burbano

En 1937, el gobierno ecuatoriano encargó a José Ignacio Burbano Rosales la representación diplomática en el Consulado de Ecuador en Bremen, Alemania. Cuando se le asignó el cargo, Burbano se desempeñaba como profesor universitario de lingüística. El diplomático fue también escritor, poeta y traductor.

Burbano estuvo en funciones en Alemania hasta 1940, cuando el gobierno ecuatoriano lo envío a Houston, Estados Unidos. El abrupto cambio se debería a que las autoridades nacionales descubrieron la emisión de al menos dos centenares de pasaportes para judíos.

En abril de este año, la Congregación ADAS Israel de Nueva York incluyó en su Jardín de los Justos al cónsul Burbano, como un homenaje póstumo a su labor humanitaria: “José Ignacio Burbano trabajó diligentemente para salvar las vidas de judíos, rompiendo las reglas y desafiando las políticas antiinmigración de Ecuador. Defendió el otorgamiento de visas a familias judías ante las autoridades ecuatorianas, poniendo en peligro su carrera y su vida. Logró conceder más de doscientas visas y salvó la vida de muchos judíos alemanes, cuyas vidas corrían peligro extremo a causa del régimen nazi”, se lee en anuncio del reconocimiento.

Alfredo Baier de 93 años recuerda con gratitud al cónsul Burbano. En declaraciones para El Comercio, Baier contó con detalle la Noche de los Cristales Rotos, como se conoce a la serie de ataques coordinados en contra de judíos en la Alemania nazi y Austria durante la noche del 9 al 10 de noviembre de 1938. Entonces, Baier era un niño de 9 años: “No puedo olvidar cuando ese día el jefe de las SS (las Schutzstaffel organización de seguridad, investigación y terror al servicio de Hitler) golpeó en la ventana de mi dormitorio y me dijo ‘Dile a tu papá que se aliste, que a las 8 de la mañana pasaré por él para arrestarlo’. Y así sucedió”, recogió el medio ecuatoriano.

El padre de Baier fue arrestado, pero logró recuperar la libertad pues unas semanas después tenía una cita en la Embajada estadounidense. Los oficiales nazis lo soltaron con la condición de que abandonara el país. Fue entonces cuando la familia Baier tocó la puerta del consulado ecuatoriano: “gracias a la heroica acción de José Ignacio Burbano, a mi familia se le otorga una visa que certificaba que mi padre estaba involucrado en actividades agrícolas, lo cual no era así”, contó Alfredo Baier a Vistazo.

Lo mismo sucedió con Hans Steinitz, según publicó Vistazo. El hombre fue detenido la Noche de los Cristales Rotos y trasladado al campo de concentración de Sachsenhausen. En enero de 1939, gracias al cónsul Burbano, Steinitz obtuvo una visa ecuatoriana y logró escapar: “A Hans se le concedió un visado como “hijo político” de otros solicitantes, pero a través de nuestra investigación y el testimonio de su hija, descubrimos que no estuvo casado durante este tiempo y desconocemos la relación que tuvo con las personas que se nombra en su ficha consular. Esto nos hace pensar que el cónsul Burbano también agrupaba estratégicamente a las personas para que no viajen solos, así no hubieran tenido lazos de consanguinidad”, se recoge en el relato publicado en el medio ecuatoriano.

Los pasaportes de Muñoz

Manuel Antonio Muñoz Borrero era el cónsul de Ecuador en Estocolmo, Suecia, durante la Segunda Guerra Mundial, se le había encargado esa delegación diplomática en 1931. En medio del conflicto bélico, Muñoz decidió emitir pasaportes ecuatorianos a los judíos que buscaban huir de Europa.

El escritor Óscar Vela recogió la historia de Muñoz en uno de sus libros. Según la investigación de Vela, el cónsul en Estocolmo fue cesado del cargo en 1942. Un años después, el gobierno ecuatoriano le pidió cuentas sobre la emisión irregular de los pasaportes.

El historiador, editor, traductor, rabino, archivista, Efraim Zadoff, hizo una investigación detallada de la actuación de Muñoz durante su delegación en Estocolmo. Según Zadoff, cuando los alemanes cuestionaban la veracidad de los pasaportes emitidos por Muñoz, el cónsul enviaba cartas y certificados suplementarios: “En el testimonio presentado por Muñoz Borrero en el interrogatorio realizado por la policía de Estocolmo (entre septiembre y diciembre de 1943) atestiguó que emitió los pasaportes en 1942 y que los documentos emitidos en 1943 eran solo duplicados ya que los originales se habían extraviado. Sin embargo, es de suponer que este testimonio estaba dirigido a reforzar la validez de los pasaportes, emitidos probablemente en la primera mitad de 1943, al convertirse en relevante la posibilidad de utilizarlos como documentos de protección”, señaló el historiador, según recoge El Telégrafo.

Para obtener el pasaporte en aquella época Ecuador cobraba entre USD 15 y 20, lo que ahora equivaldría a más de USD 200. Según testimonios de quienes fueron ayudados por Muñoz, algunos obtuvieron el documento sin que se les cobrara.

En las investigaciones de Zadoff se cuenta el testimonio de Jacob Hirschmann, quien recordó que su padre recibió el pasaporte emitido por Muñoz de forma gratuita. El padre de Jacob estuvo retenido en el campo de Biberach y al terminar la guerra buscó en Estocolmo a Muñoz para agradecerle por emitir el documento. En ese momento, el entonces cónsul honorario vio “la deplorable situación económica en la que se encontraba (y) le dio una suma de dinero”. De acuerdo con Zadoff: “de los 3.670 judíos con pasaportes de América Latina enviados entre febrero y agosto de 1944 desde Westerbork a Bergen-Belsen, 96 portaban pasaportes de Ecuador”. Por su parte, el escritor Vela estima que 1.200 personas se beneficiaron de la ayuda del diplomático.

Muñoz vivió hasta 1961 en Estocolmo, cuando regresó a Ecuador. En 1976 falleció en Cuenca, al sur del país.

En el 2011, Muñoz fue reconocido como Justo entre las Naciones, por el gobierno de Israel. También en el 2018 fue póstumamente restituido al servicio exterior de Ecuador. El pasado 7 de marzo, el gobierno ecuatoriano le entregó la condecoración post mortem de la Orden Nacional “Honorato Vásquez” en el grado de Gran Cruz, “por su destacada e incansable labor como Cónsul General Ad Honorem en Estocolmo durante la Segunda Guerra Mundial”.